viernes, enero 14

Las bodas de oro de la muerte de los pueblos


Todo aquello que cuentan los pocos viejos que quedan y los nostálgicos de lo que era, pero que nunca vivieron, estaba allí. En ese momento. En esos lugares. En ese tiempo.

Todo estaba al ritmo del desarrollo, en la medida de lo posible, de lo que el terruño y su Pueblo podían dar y recibir.

El Telégrafo estaba, pero ya se iría. El Correo estaba, pero también se iría. Las personas estaban...pero también deberían partir.

El Teléfono no estaba, y solo por el esfuerzo de los que quedaban lo tendrían antes del fin del Milenio. El Camino no estaba, pero había un río o un ferrocarril con qué arreglarse.


A alguien le pesaba que aquello funcionara. Algunos millones de tontos justificarían que no les llegue más el agua. Que no les llegue más el correo. Que alguna vez, en un simpático programa de TV, se rasgaran las vestiduras porque mientras ellos hablarían por un diminuto celular, a aquel caserío, la bondadosa colecta de los adolescentes de Recoleta, les alcanzaría para que tuvieran una PC y una conexión satelital que quien sabe quien abonaría los meses siguientes a la donación.

Fue hace 50 años cuando los diarios mentían al son de los "datos de Estado" sobre los transportes en general y sobre el ferrocarril, los puertos, los ríos y las rutas en particular. Fue el momento en que contaban sobre multimillonarios déficits sin brindar dato alguno de para que se gastaba en trenes, barcos o caminos.

La Metrópoli se quejaba al ritmo de los cafés urbanos con un teléfono público junto a la barra, un tranvía en la puerta y un correo frente a la plaza.

Sí, así comenzaron desde la gran ciudad a quejarse de los trenes. Así apoyaron aquellas futuras medidas los medios de las capitales provinciales y hasta de los propios pueblos pequeños.

Solo algunos despertaron cuando el tren no corrió más. Unos despertaron en 1961, otros en 1977 y los últimos en 1993. En el '77 despertaron los productores e indutriales del Paraná y el Uruguay, cuando la Flota Fluvial, los puertos y hasta el dragado mermaron hasta el remate por chatarra de los bienes.

Puede hablarse de los asfaltos masivos y de altísima calidad de antes de los años '60 frente a los pocos de los 35 años siguientes y de su pésima calidad.

Cada telégrafo que se apagó, anuló negocios económicos entre las personas. Cada Correo que se cerró prohibió cartas de amor que jamás encontraron destinatario. Cada tren que ya no llegó, expulsó sueños, dineros y hasta vida de miles de caseríos, poblados y hasta ciudades.

Tantos aplaudieron a Frondizi, Videla, Menem, Alsogaray dos veces, Martínez de Hoz y al no bien conocido Plan de Desarticulación de la Argentina (Más conocido como Plan Nacional de Transporte o PLAN LARKIN), que ni cuando golpearon a sus puertas dejándolos sin trabajo, sea en la ciudad o la metrópoli, alcanzaron a darse cuenta de qué cosa es la que aplaudían.

Sí señores, antes del Otoño de 1961 se iniciaba la desarticulación planificada del Territorio Argentino. 17.000 Km de ferrocarriles cerrados de una vez en 1961; cientos de oficinas de telégrafos en el 77; miles de kilómetros de caminos que no se construyeron entre 1961 y 1993; docenas de servicios fluviales que se aniquilaron antes de 1980, y millones de teléfonos que no se instalaron hasta 1990.

¿Los gremios? ¿Los laburantes? No, solo una coincidencia casuística. Fue un Plan escrito por un General de División de Logística y ejecutado por 30 y pico de años de gobiernos de todo tipo.

Por Jorge de Mendonca para Crónica Ferroviaria

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