Por Alcira Argumedo
Los tres meses finales del 2010 han sido un tiempo en el cual el grave drama social de la Argentina se evidencia a través de una sucesión de muertes simbólicas, vinculadas con diferentes facetas de este drama. El 20 de octubre, una patota sindical de la Unión Ferroviaria asesina al militante Mariano Ferreyra de 23 años y deja en estado de coma profundo a Elsa Rodríguez, de 56 años y madre de siete hijos. Los dos participaban de una protesta en reclamo de la reincorporación de trabajadores despedidos y por la contratación en blanco de quienes se encuentran bajo la modalidad de terciarizados: un gran negocio compartido entre funcionarios del gobierno, dirigentes gremiales y empresarios. Según datos del ANSES, el 75% de la población activa entre 18 y 29 años (unos ocho millones de varones y mujeres) está desocupada, en negro o terciarizada, sin ninguna cobertura social. La muerte de Mariano es un símbolo doloroso de la situación en que se encuentra una mayoría abrumadora de nuestros jóvenes, condenados y sin futuro ante la imposibilidad de calificarse en los niveles que requiere la organización de los procesos de trabajo en las nuevas coordenadas impuestas por la Revolución Científico-Técnica. También da cuenta de la degradación de las dirigencias sindicales, impregnadas de corrupción e impunidad y dispuestos a conservar su poder utilizando grupos de choque al mejor estilo mafioso.
Ese mismo mes, un anuncio vino de Misiones: con pocas semanas de diferencia murieron Héctor Díaz de 2 años en la ciudad de Apóstoles y Milagros Benítez de 15 meses, en la localidad de Montecarlo; ambos por desnutrición grave. El gobernador kirchnerista Maurice Closs, reconoce que la muerte de chicos por hambre y desnutrición es un problema extendido en esa provincia -unos 300 casos por año- pero la culpa sería de los padres, que no saben utilizar bien su brillante plan Hambre Cero. Las condiciones de trabajo de los cosechadores de yerba mate -los tareferos- no evocan precisamente la vigencia de derechos sociales: explotados en sus salarios y sin ninguna protección, las tareas estacionales los dejan desocupados una parte del año y sus niños sufren situaciones de indigencia, compartidas con otros menores de la provincia. Dos muertes más que son símbolos de una situación laboral inaceptable, con sus secuelas de miseria e indigencia aunque, según datos del INDEC, prácticamente estas lacras habrían desaparecido de nuestro país. Leer más
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