Cual si fuera una suerte de Eber Ludueña en las puertas del área a la espera de un veloz y joven delantero, Adriana Puiggros ha dado una muestra lamentable de un macartismo desagradable, saliendo a destiempo a cruzar un debate que hacía un tiempo había sido enterrado: el de las movilizaciones estudiantiles en las universidades.
De esta forma acaba de entrar al selecto club de los fundamentalistas del oficialismo haciendo gala de una sutileza menor a la del propio Barone, enarbolando banderas que podrían ser de un delegado gremial ajeno a los problemas estudiantiles, sin embargo es precisamente el ámbito de la educación el suyo.
Si queremos destrabar la movilización de los jóvenes no sigamos el ejemplo de Adriana. Veamos sus palabras:
Hace unos meses, sin embargo, los estudiantes secundarios de la ciudad de Buenos Aires estallaron reclamándole al gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires que cumpliera con el elemental deber de arreglar los edificios escolares que ya estaban inhabitables. Por supuesto la respuesta del macrismo fue torpe e insuficiente y asistimos a la mayor movilización estudiantil de secundarios que se produjo desde hace cerca de cuatro décadas. A poco se sumaron tomas de facultades que ya no respondían a un movimiento centralmente espontáneo y reivindicativo, sino al accionar sin destino de los partidos de ultraizquierda.
En los días previos al 16 de septiembre, aniversario de la "Noche de los lápices", algunos percibimos con preocupación que se iba generando una bola de nieve alimentada por el irresponsable programa de acción que la mencionada ultraizquierda propone a los jóvenes que ya se iban acercando en busca de una inserción política. En el discurso de la ultraizquierda se encuentra otra versión de aquello que los había alejado de toda militancia, es decir el "que se vayan todos" que ocupó los discursos de recientes progresistas- de rápido tránsito hacia la derecha, como el ARI-, y que canalizó toda clase de resentimientos políticos y sociales. Sobre todo, el "que se vayan todos" se sumó como aversión al miedo a la militancia política heredado de la Dictadura, cuyas huellas seguían (siguen) todavía marcadas. El llamado a la insurrección contra toda política que no sea maximalista conduce a los jóvenes a derrotas permanentes, al mismo tiempo que, como se vio lamentablemente con el asesinato de Mariano Ferreyra, los expone a las fuerzas más oscuras que actúan en la política argentina.
1 comentario:
Estoy de acuerdo con Adriana
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