jueves, noviembre 10

Martín y la Malalechovsky




Pocas veces se leen notas como la de Granovsky "No hay esuela para ser Ministro"1. Menos aún en un diario que hizo del espíritu crítico su distintivo de origen. ¿Qué pasó con el Página 12?
En algunas semanas Aníbal Fernández dejará su cargo como ministro y el diario que se identificó como “la oveja negra” del periodismo decidió hacerlo noticia.
Veamos como encara el autor esta tarea.

En primer lugar es interesante destacar el tono. Más que una nota periodística estamos en presencia de algunos de los típicos párrafos que se multiplican en miles de contratapas de biografías de personajes famosos, en los cuales la casa editorial intenta convencernos de que estamos en presencia de una vida formidable y que no podemos dejar pasar la oportunidad de comprarnos el libro que nos contará su emocionante vida. En este caso de Aníbal. ¿De qué otro si no? Como las Barbies, tenemos al Aníbal leal, al Aníbal defensor de los DDHH, al Aníbal trabajador y hasta al Aníbal guitarrista.


Hasta acá podría sonar incluso divertido, sin embargo lo preocupante empieza cuando abrimos la cajita, le movemos los bracitos y lo miramos en relación a la historia que todos conocemos y que es muy distinta a la que nos quiere pintar este periodista.

Pongamos algunas cuestiones que Granovsky lanza livianamente en duda.

Como todo oficio, se aprende trabajando y con el propio cuerpo. Pero si alguien se animara a fundar un instituto profesional debería llamar a un veterano: el jefe de Gabinete Aníbal Fernández se convirtió en el ministro que más duró en cargos de ese rango en la historia contemporánea de la Argentina”. ¿Es un valor durar en el cargo? En todo caso y en tren de imaginar, si quisiéramos inaugurar un Instituto profesional le propondría a Martín que convocara a un funcionario por sus valores y sus resultados, más que por su fecha de vencimiento. 

Más abajo Granovsky intenta mostrar un ejemplo de lealtad hacia Kirchner, a partir de una frase de Fernández por lo menos inquietante: “Si lo cago al Gallego es que te puedo cagar a vos y no quiero”, respondió Fernández. “Esperá, y si De la Sota se baja me subo a tu candidatura.” ¿Es esto un ejemplo de lealtad? ¿De la Sota es lo mismo que Kirchner? Si no son lo mismo, la lealtad no es al proyecto sino a otras variables. ¿Son para reivindicar las lealtades que llevaron a la sociedad al neoliberalismo más oscuro y a algunos funcionarios a sumarse a las más escandalosas fiestas de la pizza con champagne, haciendo la V para las revistas de frivolidades?

Todavía falta más, porque Granovsky no se privó de hacer algunas otras afirmaciones, aunque en este caso directamente canallescas. Escribe el periodista de Página, el diario del espíritu crítico: “Fernández conocía a Santillán personalmente. El dirigente de la agrupación Aníbal Verón coordinaba un horno de pan en medio de la hambruna de la crisis y a veces pedía ayuda en el Ministerio de Trabajo. Alguna vez Fernández lo auxilió de su bolsillo”. La afirmación mueve al enojo, más aún para quienes estuvimos en el Puente Pueyrredón, o para quienes estuvieron y/o están del lado de las luchas populares. La enormidad es tal que ni siquiera se trata de una cita. El peso de la afirmación lo asume el propio Granovsky, rompiendo con el criterio básico de, por ejemplo, contrastar otras fuentes. Ante esto citamos la contestación de quienes más conocieron a Darío: “Quienes conocimos a Darío Santillán, sus familiares, sus amigxs y compañerxs de militancia, sabemos con certeza que Darío nunca tuvo relación personal con Fernández. Sus vidas se cruzaron sólo en dos oportunidades: en el año 2000, durante la gobernación de Carlos Ruckauf, cuando Fernández era Ministro de Trabajo provincial y Darío asistió a una reunión después de un piquete en La Plata, como parte de una nutrida delegación de la Coordinadora de Trabajadores Desocupados Aníbal Verón, de la que era uno de sus referentes.
Dos años después, no se vieron personalmente pero Aníbal Fernández se refirió a Santillán sin saberlo: acusó a los piqueteros, sus compañeros, por el asesinato de Santillán mientras felicitaba a sus verdaderos ejecutores; Fernández era Secretario General de la Presidencia de Eduardo Duhalde y uno de los voceros de la Masacre de Avellaneda...  (…) El periodista Granovsky reproduce una versión interesada y falaz, inventada por el propio Fernández hace años ya, que ofende la memoria de un joven luchador social que no puede desmentirlo porque el gobierno que Fernández integró ordenó la represión que lo fusiló por la espalda”[2].-


Cuando ya parece que no se puede ir más lejos, el periodista del diario que mostró que se podía hacer periodismo de una forma distinta a la de Clarín, llega hasta el límite del buen gusto y lo pasa y ya se pierde definitivamente:
 “Cuando Cristina asumió la Presidencia, en 2007, designó a Fernández en Justicia y, como Kirchner, volvió a confiarle el manejo de las fuerzas de seguridad. Mientras tuvo el control directo, ninguna bala del Estado nacional mató a ningún manifestante”. Ante esto vale la pena hacernos algunas preguntas fundamentales. Por ejemplo ¿Esto significa que Aníbal Fernández tenía más poder que nuestra presidenta? ¿Cuáles son las ventajas que le ofrecía Fernández a la institución policial que no le ofrecían otros funcionarios? Por otro lado también corresponde hacer algunas correcciones y aportar algunos otros olvidos del autor de la nota. En principio será bueno recordarle a este periodista que la represión desatada durante un recital de Viejas Locas  terminó con la muerte de Rubén Carballo, ante la cual la PFA había informado que había muerto por el golpe producido por una caída de un muro, intentando colarse. Situación  que fue desmentida por los peritos. Al mismo tiempo que sus familiares afirmaban que él tenía entrada. El resto suena a historia conocida.

A partir de eso, más allá de agradecerle a Fernández, como parece sugerir Granovsky,  por los pocos muertos que hubo durante su gestión al mando de la policía, también le tendríamos que agradecer por las complicidades con la trata, el narcotráfico, las zonas liberadas y las diversas complicidades con el delito.

¡Gracias Aníbal! ¡Gracias Granovsky!

Poco queda de la imagen del Barbie-Aníbal que quiere vender Granovsky. Viéndolo con un poco de perspectiva, el muñequito está mal pintado, no consigue pararse y sin su envoltorio es bastante menos simpático de lo que nos decían.


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