Esta noticia sobre narcos en la Villa 31 le sugirió este relato a nuestra imaginación:
Entró en un cuarto que solo tenía un par de sillas maltratadas, ni siquiera una mesa. En el centro de la pared una lamparita iluminaba con demasiado esfuerzo lo que podía del lugar, el resto estaba en penumbras. Una alfombra gastada y polvorienta cubría el piso, todavía conservaba los rastros de algunos muebles. Mucho olor a tabaco malo. En la esquina opuesta había otra puerta, cubierta con una cortina de cuencas marrones. Por debajo de ella se filtraba un pequeño haz de luz, y el sonido opaco de un par de hombres trabajando.
La habitación, como si fuera la encargada de recibirlo, le transmitió la sensación inevitable del desapego, la solemne comunicación de no ser del todo bien recibido. Sin embargo él estaba templado en estas cuestiones, ya no reparaba en detalles que consideraba a priori similares en cada lugar al que visitaba, detalles que tenían siempre los mismos mensajes. Su ánimo había aprendido a tolerar peores desaires y sabía que no iba a ser el último. Solamente esperó.
Desde el interior apareció un hombre bajo, de tez oscura y de mirada segura, tenía un pequeño bolso cruzado en su espalda.
Antes de emitir alguna palabra se tomó un instante para examinarlo. Vio la pequeña cicatriz en su ceja, la nariz punteaguda, los labios finos que cruzaban el rostro en línea recta, el resto de una barba escasa mal afeitada. Enseguida notó que solo era un enviado, pero también sabía que no iba a haber muchas posibilidades de arreglar esto con algún otro, tal vez ni siquiera estuvieran por el lugar. Más allá de todo él también lo era. (sigue)
Era extraño pero ya no sentía el placer de antaño. Al principio no podía controlar la ansiedad de enfrentarse a situaciones tensas, necesitaba constantemente poner a prueba su capacidad de salir airoso en cualquier circunstancia. Eso se le notaba bastante y fue una de las cualidades que lo hizo crecer y ganar respeto. A veces cuándo volvía sobre si mismo pensaba en ello y se le dibujaba una pequeña mueca contenida.
El hombre pequeño lo miró a los ojos y cruzaron credenciales tácitas, sin palabras se reconocieron en un instante. Sacó del bolso un abultado sobre de papel y se lo acercó estirando suavemente el brazo. Ambos querían finalizar el tema pero sin embargo había cosas que decir.
-Acá esta lo que faltaba, queremos seguir tranquilos en lo nuestro-. Dijo el bajito.
-Tenemos buenos amigos pero hay cosas que no se pueden ocultar. Tienen que hacer mejor la parte que les toca- contestó él mientras trataba de disimular la rabia que le producía lo que creyó una insolencia.
El resto de la conversación fue en silencio.
Seguro de que había concluido la tarea, tomó el paquete y salió sin mucho más preámbulo. Como la mañana seguía algo fría, se puso el abrigo y caminó hasta donde lo esperaban, un sentimiento mezcla de desahogo y satisfacción lo invadió y él dejo que así sea.
Hizo un par de cuadras más y paró en el kiosco de revistas, el canillita lo reconoció y lo saludo amablemente
-Que tal oficial.-
-Camino para matar el frío.- respondió sólo para no quedarse callado.
-Avísele a Gutiérrez que conseguí la revista de autos que me encargó.-
Si otras palabras tomó el periódico, pago por él y se fue.
Antes de ojear el diario sacó del sobre la parte que le tocaba y volvió a guardar el resto como estaba.
-¡¡La puta los parió, cuanto quilombo por cuatro indocumentados de mierda!!- pensó con tanta bronca que se le escapó como un grito entre dientes.
La noticia seguía en las primeras páginas, sacarla de ahí iba a ser un poco más difícil de lo que esperaba, pero ese ya no era su problema.
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