domingo, agosto 15

Vivir de la semilla propia


Por Daniela González (Escuela Móvil de Periodismo Portátil) / Fotografía: Lorenzo Moscia

El lunes tengo que volver a trabajar, revisar los mails, hablar con mi jefe. En eso pienso esta tarde de sábado, mientras Ulises me sirve vino rosé fabricado por él, y Cintilla envasa las cremas curativas y naturales que prepara con las plantas de su huerto. Estoy metida en el living de su casa; Cintilla y sus hijos me están mostrando fotografías de donde vivían antes en España.

–Las dos niñas nacieron en estas cuevas. –¡Las pariste ahí! –Sí, ahí, justo en esa parte, dentro de la cueva. –¿Sin ayuda o tomaste algún medicamento para el dolor? –No, qué va. Ah, bueno, sí, me comí un pedacito de placenta. –¡Qué! ¿Y qué sabor tenía? –Fue como comer un pedazo de carne. Si la placenta no ha estado alimentada con químicos extraños, entonces está todo bien. Al otro día me sentí como nueva. –¿Alguien te ayudó? –Sí, es que la gente con la que vivíamos allá en las cuevas era de nuestra misma onda. Amábamos la tierra, vivíamos de lo natural y nos ayudábamos.

Ábora (17), una de las hijas de la pareja, vio parir a otra señora debajo de un árbol en esa comunidad de las cuevas. Tenía unos seis años y se acuerda bien. Lo cuenta divertida, con gracia, como sabiendo que guarda entre sus recuerdos una experiencia inusual. “Allá era más extremo que acá, en todo caso; lo que pasa es que nosotros les empezamos a exigir un poco más de normalidad a mis papás, por eso nos vinimos. Ahora tenemos televisor”.

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