miércoles, julio 21

Niños y niñas adoptados por personas homosexuales


Por Eva Giberti para Imago Agenda

El debate, la discusión y el intercambio acerca de “la adopción por parejas homosexuales” se inserta en algunos ambientes psicoanalíticos con un entusiasmo escolástico que lo torna venerable.
La alternativa había sido iniciada, según la estrategia de las organizaciones formadas por gays, lesbianas y transgéneros, varios años antes y había avanzado exitosamente con la edición del libro La adopción: la caida del prejuicio1 donde se recopilan ensayos y artículos de diversos autores.

Estas comunidades, expertas en luchas políticas sabían que el tema exigiría plazos temporales muy largos para impregnar el pensamiento comunitario con sus preocupaciones y derechos. Las uniones civiles abrieron el camino de la legalidad ciudadana y fue posible agitar el ambiente como paso fundamental para que “la gente hablara”. Entonces aparecieron fotos de parejas gays acompañados por amigos y simpatizantes que les arrojaban arroz y flores simbolizando el casamiento ilustrado por los medios. Las primeras parejas ejercitaron una paciencia y un buen humor que más allá de sus vínculos amorosos daba cuenta de la seriedad de lo que venían preparando. Era preciso referirse a las familias formadas por parejas gay y eludir las caricaturas y atropellos con que la teve respondía a estas legalizaciones. La burla que colocaba al homosexual como un comodín en los diversos programas continuó con su burlesque pero la gente empezó a pensar en otras cosas, a opinar, ya no acerca de la homosexualidad como había aprendido en su casa y como pretendían mostrar los medios sino como una inserción social y psicológica que merecía una discusión política. No obstante no amainaban los murmullos, las voces escandalizadas y los pregoneros del fin del mundo.

La demanda por las identificaciones. Los conductores de programas de televisión y de radio nos llamaban a quienes con frecuencia opinamos de determinados temas psicológicos y nos avanzaban con preguntas, una de las cuales era un clásico aprendido quizá en alguna fotocopia mal impresa de Laplanche y Pontalis: “Si a usted le parece normal que los homosexuales adopten niños (yo seguramente no había mencionado la palabra normal),… entonces ¿qué va a suceder con las identificaciones hombre, mujer que se aprenden del padre y de la madre?”

Era un clásico. Entonces, o era necesario preguntar: “Por favor, ¿qué entiende usted por identificación?”, o bien salir por peteneras y contestar que los chicos precisan figuras tutelares y protectoras, capaces de instituirse como una autoridad aseguradora, sin necesidad de preguntarse si esa persona era hombre o mujer. Además, “los homosexuales son hijos de heterosexuales”. Actualmente esa respuesta perdió eficacia porque los conductores de programas la conocen.
Las identificaciones constituye el lema y la “idea fuerza” además del caballo de batalla2 de los que se pretenden argumentos opuestos a la adopción de niños por parejas lésbicas o gay. Es habitual que se confundan los procesos identificatorios con una idea reduccionista acerca de las identificaciones que se traduce como: “el niño se identifica con alguien y entonces se convierte en ese alguien”. O bien, otra simplificación producto del desconocimiento de dichos procesos: “El niño no puede identificarse con un hombre o con una mujer porque los roles no están claros, entonces se le producirán problemas psicológicos”.
Este proceso del pensar identificatorio constituye un modo operativo que instrumenta el yo en formación, para reconocer y apropiarse de sensaciones y estímulos internos (de su propio cuerpo) que prefiguran un modelo sensible y sensorial en un mundo sensible.

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